«Azoteístas», mujeres valientes

La azotea del Centro Lugo es un espacio reservado para mujeres valientes. Mujeres que están en contexto de prostitución o son supervivientes de explotación sexual y que han decidido reunirse semanalmente para encontrarse y compartir sus vivencias.

La situación de pandemia cambió la dinámica de trabajo del Centro Lugo, en el que la cocina era un espacio de reunión fundamental para las mujeres. En esa cocina, entre cafés y confidencias, se tejieron muchas relaciones de amistad, confianza y apoyo mutuo. Muchas de las mujeres que acuden al proyecto provienen de otros países y sus redes de apoyo en la isla son prácticamente inexistentes. El encuentro con otras mujeres, con historias y realidades similares, hace que muchas de ellas se sientan en familia en estos espacios.

El confinamiento impuesto y las restricciones sanitarias impidieron desarrollar con normalidad la actividad del Centro durante meses, por lo que pronto surgió la idea de buscar alternativas para no perder esos espacios de reunión y desahogo. Así nacieron las azoteístas.

“La idea de las “azoteístas” surge a raíz de la cuarentena. No podíamos reunirnos como hacíamos antes y el encierro nos tenía muy agobiadas. Teníamos la posibilidad de llamar a la psicóloga de Centro Lugo para hablar por teléfono, pero necesitábamos un sitio para expresarnos más libremente y hablar sobre nosotras como hacíamos antes de la pandemia. Para poder respetar los protocolos Covid19, se tomó la decisión de que fuera en la azotea. Esto nos sirvió para reunirnos, para vernos, para dialogar y contar nuestros sentimientos sobre cómo estamos llevando la pandemia. «Esa azotea ha sido una terapia inmensa para todas” explica Vanessa, colombiana de 24 años.

El confinamiento severo de 2020 supuso un momento muy duro para estas mujeres. Según Idaira Alemán, coordinadora del proyecto, las mujeres que habitualmente acudían al centro “se sintieron más solas de lo que normalmente se sienten, no tenían posibilidad de desahogarse y descargar tantas emociones. Además, el impacto económico de la pandemia les generó mucho estrés, muchas de ellas no podían ni siquiera cubrir sus necesidades básicas y las de su familia.

Algunas, incluso, fueron forzadas a ejercer esta actividad de forma clandestina a pesar de la pandemia y cobrando mucho menos de lo habitual. Todo esto fue como una bomba para ellas”.

Cada miércoles, de diez a doce mujeres suben las escaleras hasta el último piso del Centro, forman un círculo con sillas y hablan; hablan y se escuchan unas a otras. También proponen actividades: defensa personal, talleres de empoderamiento, baile, oratoria, pintura en mural, escritura creativa… Las actividades, que no dejan de ser una excusa para el encuentro, atraen a otras mujeres que no habían pisado el centro antes. Poco a poco, acompañadas por la psicóloga del proyecto, se van estableciendo relaciones de confianza y ayuda mutua.

Vanessa, una de las azoteístas, lo expresa así: “Lo más valioso de este espacio que tenemos somos nosotras mismas, el poder dialogar, desahogarnos, contarnos, los abrazos… Sentir que, a pesar de las diferentes situaciones que tenemos, sentimos la solidaridad, ya sea de un abrazo, una sonrisa, una idea o unas palabras… Ese espacio es lo mejor que nos ha podido pasar porque nos ha ayudado a resurgir como un Ave Fénix, con fuerza, con ideas para lograr las cosas que queremos y salir adelante con nuestros proyectos. Creo que mientras estábamos en una situación de prostitución no podíamos pensar y este espacio nos lo ha permitido”.

En la azotea hay un saco de boxeo, “el saco del odio”, que utilizan para descargar la rabia que les generan todas esas situaciones de abuso y violencia que viven día a día. Son muy conscientes del estigma que tienen por el hecho de ejercer prostitución y quieren luchar contra ese “dedo acusador que está permanentemente apuntándolas”, tal y como dice la coordinadora del proyecto.

Gracias a las “azoteístas” he aprendido que, estemos en la situación en la que estemos, no podemos agachar la cabeza. Tenemos que tener la autoestima muy alta. Yo, gracias a Dios, ahora no le temo a nada. Me caigo muchas veces, pero me levanto y sigo porque tengo el propósito de salir adelante. Ahora me quiero muchísimo más y soy una mujer sin miedo. También aprendemos a tratar de ayudar a mujeres que estén igual que nosotras”.

La pérdida del miedo tiene mucho que ver con otro de los objetivos principales de esta iniciativa: visibilizar su realidad. Las azoteístas han comprendido que, contando su historia y dando a conocer su situación, pueden poner sobre la mesa cuál es la responsabilidad que tiene la sociedad en la perpetuación de esta forma de explotación. A través de sus testimonios en diversos medios de comunicación (ya han participado en algunos programas de radio para contar sus historias de vida y pretenden continuar haciéndolo) buscan denunciar las vulneraciones de derechos que sufren día a día y reivindican que se ofrezcan alternativas reales a este contexto, para poder salir de él.

“He aprendido a tener libertad de expresión, a decir lo que pienso y lo que siento. No hay que tenerle miedo a hablar, no hay por qué quedarse callada”, afirma Jennifer, de 35 años y natural de Venezuela.

Marina, canaria de 39 años, piensa que el principal objetivo de las azoteístas es poder dejar el ejercicio de la prostitución: “Cada una tiene su historia y son muy diferentes entre sí, pero todas tenemos el mismo fin: pensamos en salir de esto, en encontrar ayuda para prepararnos para un trabajo y poder reinsertarnos en la sociedad”.

Cada semana, la azotea de Centro Lugo se convierte en un lugar seguro y terapéutico en el que las mujeres se desahogan y se apoyan entre ellas, un lugar para fortalecerse y recuperar la capacidad de soñar. Marina, una de estas valientes lo expresa así: “La unión y la solidaridad que existe entre nosotras, las mujeres de las “azoteístas”, nos ha dado la fortaleza para salir adelante. Nos hemos hecho más fuertes, nos hemos empoderado. Esa azotea significa tantas cosas para nosotras”.

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