Testimonio: El árbol, el caballo y la gallina.

Ayer, durante la celebración de los dos flashmob organizados para visibilizar la situación de las personas sin hogar en Las Palmas de Gran Canaria y en Vecindario, se leyeron los testimonios de dos personas atendidas por Cáritas Diocesana de Canarias. Queremos compartir estas historias, historias que nos recuerdan que somos personas con derechos y que ante estas situaciones debemos poner a las personas y su dignidad en el centro.

 

Testimonio: el árbol, el caballo y la gallina.

Yo sé que tengo derechos, pero no los conozco. Sé que todas las personas tenemos derechos desde que nacemos pero nadie nos lo dice, lo tenemos que aprender por nuestra cuenta. Yo he tenido que reclamar algunos de mis derechos como si alguna vez los hubiera perdido, pero en realidad no sabía que ya los tenía, ni que tuviera que pedirlos para disfrutar de ellos.

Yo solo pido un árbol, un caballo y una gallina. Un árbol para que me dé cobijo, un caballo para que me lleve donde yo quiera ir, y una gallina que me alimente. Creo que no pido gran cosa. No pido que el árbol me proteja siempre de las inclemencias del tiempo, pues sé que algunas veces hay que aguantar los chaparrones que llegan de repente y tenemos que mojarnos para saber que, incluso en el lugar donde vivimos, tenga techo o no, podemos sufrir los inconvenientes de la convivencia.  Tampoco pido que del árbol me caiga la fruta para comer sin que yo tenga que moverme para buscarme la vida.

No pido un caballo que corra como un coche de carreras, solo que me lleve tan lejos y tan alto como yo quiera; o tan cerca y hasta el fondo del hoyo donde yo quiera meterme, pero que me ayude a salir si yo se lo pido. Porque en la vida hay que pasar por todo, y siempre se puede ir y volver si una tiene la ayuda necesaria para moverse. El problema es quedarse siempre en el mismo lugar, por no tener tan solo un caballo.

Me conformo con una gallina normal, no pido la gallina de los huevos de oro, no necesito tanto para vivir. No entiendo muy bien por qué tenemos que reclamar nuestro derecho a la comida. Hay quien nos señala porque comemos gratis, o nos dicen que podemos acomodarnos por recibir un plato de comida caliente al día. ¿De verdad que hay gente que piensa que eso es cómodo para nosotros, que vivimos en la calle? ¿En serio existen personas que creen que la salud hay que comprarla? ¿Qué hay que pagar por aportar una vida sana a la sociedad, y que si no te pueden rechazar? Un poco absurdo ¿no?

Yo creo que nosotros también estamos colaborando, estamos, por ejemplo, defendiendo la calle. Vivimos en la frontera, ese lugar peligroso en el que nadie quiere vivir pero en el que siempre debe haber alguien que vigile lo que puede venir del otro lado. Pero también nosotros tenemos derecho a un descanso. Por desgracia siempre habrá quien nos sustituya, no sé muy bien por qué pero cada vez aparecen más personas que quieren arriesgarse a vivir en ese espacio en donde ya ni los niños quieren jugar. Allí pasan muchas cosas, buenas y malas, pero las consecuencias de los problemas que suceden en las calles recaen muchas veces en nosotros, los que allí vivimos.

En mi caso, la vida me llevó a la calle muy pronto. Me hice mayor demasiado rápido y sin proponérmelo. Conocí bien el otro lado de la vida, pero aún recuerdo la niña buena e inocente que era. Nunca tuve una vida normal, un hogar sin problemas donde sentirme segura y no tener que dejarme llevar por las circunstancias. Después de muchos años envuelta en una nube de sucesos y recurriendo a cualquier cosa que me alejara de la realidad, me desperté un día de vuelta a la vida real. Ya no había más camino en el lado oscuro. Recuerdo que la ambulancia me recogió del cartón donde intentaba descansar de un parto reciente y con una pulmonía, complicada con un atropello grave. Quince días en el hospital no me arreglaron la vida pero me di cuenta de que había una salida, que no era fácil olvidar lo pasado pero que con la ayuda de otras personas tenía una posibilidad de conectarme de nuevo al pequeño mundo del que quise huir. Ahora mismo quiero recomponer los pedazos de mi dura existencia y no sé por dónde empezar. Ando en un círculo inseguro y sé que no me puedo fiar mucho de lo que mi cuerpo y mi cabeza me piden, pero sí creo que reconozco el lugar al que no quiero volver.

Por eso, lo único que pido es un pequeño árbol en el que sentirme protegida, al menos cuando necesito un descanso; un caballo que me acompañe con su fuerza a esos lugares que no conocí y que me permita encontrarme con la gente que puede motivarme a seguir trabajando para conseguir una vida nueva. Y una gallina, una simple gallinita que alimente mi cuerpo y comparta conmigo algunas de mis preocupaciones,  que me haga reír y llorar pero de alegría; todo eso para poder conocer y luchar por esos derechos, que no vienen regalados y que tenemos que conseguir todos juntos porque a todos nos pertenecen.

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