“La Familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado” – Declaración de los Derechos Humanos-.
El pasado 15 de mayo se celebró el Día Internacional de la Familia, como cada año desde 1994. Esta fecha fue proclamada haciéndose eco de la importancia que la comunidad internacional le confiere a la familia como unidad básica de la sociedad, así como su preocupación por la situación de las familias en todo el mundo.
El Área de Animación Comunitaria y Familia de Cáritas Diocesana de Canarias acoge y acompaña a las personas y familias en situación de vulnerabilidad o exclusión social, desde la clave familiar, haciendo especial hincapié en los perfiles de menores y mayores en situación de soledad, sus familias y las comunidades. Con ello se intenta favorecer la mejora de su situación y la conexión con la comunidad.
Desde la primera acogida donde se plantean las primeras actuaciones y se valora la necesidad se inician procesos de acompañamiento y posibilidad de iniciar un trabajo familiar que va más allá de las acciones con cada individuo, pretendiendo ser un proceso de intervención transversal e integral en la familia.
Algunos ejemplos de acciones que realizamos desde Cáritas Diocesana de Canarias a través de las personas voluntarias, con protagonismo de las propias personas participantes, son: espacios de participación y encuentro familiar y comunitario, refuerzo escolar, espacios de encuentro de infancia en la calle, escuela de familia, educación en el tiempo libre, talleres formativos de diversa índole, acompañamiento a personas mayores en situación de soledad, etc.
A la Iglesia le toca crear “espacios de abrigo”, buenos lugares donde crear una nueva sociedad más justa, que se parezca al Reino que Dios desea. Una obligación que responde a la petición a la comunidad cristiana del Papa Francisco en el sínodo Extraordinario de obispos sobre la Familia: “No tengáis miedo a hablar. Tener presente que la familia, cualquiera que sea su situación o sus crisis, debe ser “acogida”, “escuchada” y “acompañada”, porque la Iglesia tiene siempre “las puertas abiertas” a todos los hombres, por muy irregulares o difíciles que sean sus vidas, por muy cercanas o alejadas de Dios”.