Javier Montes Maury (Moguer, Huelva. 1980) es desde el año 2016 el Vicario de la Parroquia Santiago el Mayor y el responsable de la Delegación de Migraciones del área de Nador de la Diócesis de Tánger (Marruecos). Ingresó en la Compañía de Jesús en 2001 y fue ordenado sacerdote en 2013. Formado en Filosofía, Teología e Ingeniería Industrial, fue el capellán del CIE de Barranco Seco (Gran Canaria) entre 2014 y 2016.
Javier pasó por Cáritas Diocesana de Canarias para hablarnos de su experiencia en la última ciudad africana que hace frontera con Europa. Miles de migrantes procedentes de otros países africanos acampan en la montaña a la espera de cruzar de manera irregular las vallas o montarse en una patera y entrar en territorio español. El proyecto que lidera Javier en Nador tiene como objetivo acompañar a estas personas, que aunque llegan a este punto del viaje en condiciones lamentables, no pierden la esperanza en un futuro mejor.
P – ¿En qué consiste el proyecto que desarrollan en Nador?
R – Nador es la última ciudad de Marruecos antes de llegar a territorio europeo. Calculamos que hay unas 2.000 personas en los alrededores de Nador, viviendo en campamentos muy precarios, en tiendas hechas por ellos mismos con ramas, mantas, plásticos… No tienen agua, tienen que ir a buscarla con garrafas para poder beber, cocinar o lavarse. Ellos mismos cocinan haciendo fuegos en el campo. La incidencia de enfermedades es muy alta ya que viven en unas condiciones poco saludables y muy poco dignas.
Nosotros acompañamos a estas personas en esa etapa de su camino, que es muy dura. Viven en condiciones lamentables. No les podemos ayudar a cruzar la frontera, obviamente, pero como Iglesia es importante estar al lado de los que lo pasan mal.
Una parte importante de nuestro proyecto consiste en acompañarles a los servicios públicos de salud de Marruecos, ayudarles a comprar medicamentos, a costear pruebas especiales o con los trámites administrativos. También tenemos una casa de acogida para personas convalecientes que salen del hospital: madres que acaban de dar a luz, personas enfermas o con fracturas que no pueden vivir en el campo.
Nuestro equipo está formado por unas 16 personas: trabajadoras sociales, una psicóloga, agentes de terreno, una enfermera, personal administrativo… Formamos un equipo diverso, multicultural y multirreligioso, lo que supone una riqueza a la hora de atender a la gente . Nos llegan situaciones de lo más variadas y difíciles y podemos contrastar entre nosotros en base a nuestra propia cultura.
P – ¿Cuál es el perfil de las personas que viven en esos campamentos?
R – Hay personas de bastantes nacionalidades, sobre todo de Malí, Guinea Conakry y Costa de Marfil. Por lo general es gente joven, menores de 30 años. También hay muchos adolescentes que van solos. Hay personas que vienen huyendo de la violencia porque son perseguidos por grupos armados o gobiernos. Otros son migrantes por razones económicas, que aspiran a encontrar en Europa una vida mejor para ellos y sus familias. Muchos buscan mejorar también su formación.
Cada vez más hay migrantes medioambientales. Mucha gente nos dice: «La tierra en mi pueblo está gastada. El suelo no da para más». Los ciclos de lluvias han cambiado y si en países como Malí, que ya son secos de por sí no llueve, la tierra, efectivamente, no da. Ellos no se reconocen a sí mismos como «refugiados climáticos», pero es un motivo que cada vez tiene más peso en estos procesos migratorios.
También hemos encontrado, aunque en menor medida, personas LGTB que huyen de sus países porque su orientación sexual no está aceptada.
P – ¿Con qué dificultades se encuentran estas personas cuando llegan a la última frontera antes de Europa?
Las personas que llegan a Nador lo hacen porque quieren pasar a Europa y las políticas europeas hostigan a las personas migrantes. Son restrictivas y se lo ponen muy difícil. Ha habido detenciones de personas sin documentación, deportaciones… Ese tipo de situaciones hacen que sufran especialmente.
P – ¿A cuánta gente han acompañado en el último año y qué tipo de necesidades cubren?
R – A lo largo del año hemos hecho unos 2.500 acompañamientos.
Lo que nosotros hacemos es un proyecto de ayuda humanitaria, lo que quiere decir que cubrimos necesidades muy básicas: comida, ropa, abrigo para pasar el invierno… Pero, sobre todo, nos ocupan los temas de salud. Tratamos de acompañar aquellos casos más graves, en estrecha colaboración con los servicios sanitarios públicos de Marruecos. También prestamos especial atención a las mujeres embarazadas y a las que acaban de dar a luz.
P – ¿Estos campamentos existen también en las fronteras de otros países africanos que forman parte del recorrido migratorio?
R – Yo diría que la valla más alta es la de Europa, aunque hay muchas rutas. Algunos pasan por Mauritania, otros por Argelia y hablan de Níger como el país en el que más han sufrido: no reciben ayuda, hay mucho tráfico de personas…
Marruecos ha entrado en la Unión Africana este año, por lo que muchas personas de países del de África del Oeste ya no necesitan visa y pueden viajar libremente. Ahora mismo es más barato viajar, por ejemplo, a Casablanca desde Costa de Marfil en avión, que hacer todo el camino por tierra pagando a todos los traficantes que les roban y les pueden dejar tirados en medio del desierto. Por eso cada vez más personas llegan en avión. Ahora como la ruta libia se está complicando cada vez más, pensamos que pueden volver a resurgir otras rutas como la que llega a Canarias. Al sur de España también llega muchísima gente.
P – ¿Cuánto tiempo puede pasar una persona en ruta?
R – Pueden pasar meses desde que se inicia la ruta hasta que se llega a Marruecos, en donde también se puedan pasar años. Mucha gente que está en Nador no tiene el dinero para pasar, no lo consigue, por eso se van a Dajla, en el Sahara, en donde hay fábricas de conservas que contratan a personas sin documentación. Les pagan poquísimo, unos tres euros al día, pero ellos van ahorrando poco a poco. Pueden estar años en Marruecos hasta que consiguen el dinero que necesitan para cruzar la valla o pasar en patera.
P – Con la entrada de Marruecos en la Unión Africana y la previsión de que aumente la llegada de personas migrantes a Nador, ¿cuáles son las prioridades del proyecto a largo plazo?
R – Lo ideal sería que no hiciera falta nuestro proyecto. Pero para eso son necesarias vías legales para migrar a Europa y que las condiciones de vida de las personas migrantes en Marruecos y sus países de origen mejoraran para que ellos se puedan plantear quedarse. Mientras se vean obligados a migrar a Europa de manera irregular, este problema persistirá y nosotros intentaremos responder a lo que venga. No podemos planificar a medio plazo porque las causas de la migración no están en nuestras manos.
Nos interesa que en España se tomen medidas. En Italia, ha creado los corredores humanitarios la Comunidad de San Egidio, donde personas especialmente vulnerables reconocidas en los países de tránsito tienen visas para llegar a Italia. Ojalá España hiciera eso, porque aliviaría el sufrimiento de mucha gente, sobre todo enfermos con discapacidad, mujeres que han sufrido violencia o niños y niñas.
A largo plazo buscamos la sostenibilidad del proyecto, mejorando nuestra forma de trabajar, buscando nuevos financiadores… La Delegación es una entidad pequeña, frágil, que necesita siempre mejorar a nivel interno para poder seguir dando respuesta a la realidad con la que nos encontramos.
P – ¿Cómo ha sido esta experiencia como Iglesia?
R – La Iglesia en Marruecos es pequeña, hay muy pocos católicos. Pero a la vez es una Iglesia que tiene mucha tradición, muy respetada y querida por la gente. La Iglesia en Nador, además de trabajar con personas migrantes, tiene una escuela de formación profesional, da cursos de corte y confección, cuenta con un comedor para niños de familias con dificultades, una casa para personas con discapacidad…
La labor social de la Iglesia tiene un impacto grande en Nador, aunque somos muy poquitos. Es casi un milagro. Además, tiene una opción clara por la gente más vulnerable, los más pobres, los migrantes. Es una Iglesia en salida. Para mí es un privilegio vivirlo y la gente que viene de fuera lo percibe
Creo que la Iglesia, con el Papa Francisco a la cabeza, está teniendo un papel muy importante en estos temas. Están pasando cosas en nuestro país con respecto a la acogida al migrante que la Iglesia tiene que seguir denunciando. Para los que estamos allí es importante sentir ese trabajo de una Iglesia profética. No podemos convertirnos en un «país fortaleza» porque esas murallas se volverán en contra nuestra, nos aíslan, nos vuelven más egoístas, nos puede hacer mucho daño.
P – ¿Cómo podemos ayudarles desde Canarias?
R – Lo fundamental es que las personas migrantes que llegan a nuestro país sientan que Cáritas es un lugar de acogida, de acompañamiento y de ayuda a la integración. Por otro lado, la concienciación social también es fundamental. Y, por supuesto, la ayuda económica ayuda mucho a poner en marcha algunos proyectos.
P – A nivel personal, ¿cómo vives esta experiencia?
R – Para mí es un privilegio acompañar a estas personas, que son los preferidos de Dios. Esa realidad me remite continuamente al Evangelio. En medio de todo ese dolor y ese sufrimiento tan terrible hay muchos rayos de esperanza. Es muy evidente la presencia de Dios. Para mí es un tiempo de enriquecimiento a nivel personal y espiritual. Vivimos el Evangelio muy a flor de piel.
Última actualización: 1 de diciembre de 2020