La Doctrina Social de la Iglesia lucha contra la asunción de la pobreza como algo irremediable

Con la conclusión de que desde la Doctrina Social de la Iglesia no se puede asumir como algo irremediable la existencia de millones de personas que no pueden disfrutar de los bienes que Dios ha puesto al servicio de todos, se cerró una de las tardes más densas de la XI Jornadas de Teología que se celebran en Instituto Superior de Teología de las Islas Canarias. El ecuador de las conferencias se superó con un recorrido que avanzó desde el Antiguo Testamento hasta los planteamientos sociales de los documentos más actuales, pasando por el análisis de la pobreza a través de los considerados santos Padres de la Iglesia.

 

José Luis Sicre Díaz, profesor emérito de la Facultad de Teología de Granada, comenzó su ponencia recordando que las diferencias sociales comienzan en el momento en que las familias se asientan. El paso del nomadismo a la sedentarización, de la caza colectiva a la agricultura y el posterior reparto desigual de la tierra, ya confeccionó una realidad social en la que unas familias resultaron favorecidas sobre otras.

El aumento de la población y la evolución hacia sociedades más complejas y estructuradas, dan paso también a diferencias sociales mayores que se pueden identificar en el Antiguo Testamento con la creación del Reino de Israel y los cambios recogidos en el siglo X antes de Cristo.

Entre estos cambios, Sicre citó el avance de la seguridad ante la aparición de salteadores; la monarquía, que reclama una capital, por tanto la urbanización del territorio; nuevos problemas sociales y nuevas desigualdades derivados de la aparición de profesiones que cuentan con diferentes remuneraciones; aparición de impuestos; etcétera.

Cambios sociales

También ayudan a crear nuevas diferencias sociales desastres naturales como la sequía, las enfermedades o los accidentes laborales, ya que cualquiera de estas cuestiones conllevaban el desastre familiar, pues no existía ningún tipo de protección social.

El latifundismo, las división del reino de Israel, las guerras internas y las enfrentaban a los israelitas con otros pueblos, los sometimientos a otras potencias que supusieron la pérdida de territorios o el pago de impuestos abusivos, fueron elementos que potenciaron el incremento de la pobreza y la exclusión social.

En cuanto a las referencias del Antiguo Testamento sobre la pobreza, José Luis Sicre Díaz explica que “los libros bíblicos no están escritos desde el punto de vista de los pobres. Los narradores no se preocupan por ellos”, asevera, “pero sí que podemos extraer pautas importantes”.

Recuerda en este sentido que “Dios libera al pueblo de Israel por el clamor de los pobres, y de ahí”, señala, “se introduce la idea de que los israelitas de que no pueden aprovecharse de otro, ya que eso iría contra Dios”.

Recoge el libro bíblico la existencia de pobres “como una cosa normal” y refleja en varios texto la importancia de proteger a los más débiles, representados por las viudas y huérfanos.

En el Código de la alianza se añade a ellos también los inmigrantes, a los que no se puede oprimir ni vejar, así como tampoco los esclavos, a los que se les protege.

Tanto el Dodecálogo siquemita como el Código Deuteronómico, avanzan en estos conceptos, si bien el paso más llamativo se da en la Ley de Santidad, en donde se plantea “ama al inmigrante como a ti mismo”.

Por último, la exposición del profesor Sicre plantea que “las soluciones a la pobreza por parte de los profetas es complicada de saber, pues cada uno muestra un punto de vista diferente, si bien coinciden en la necesidad de un cambio, y que este debe darse en colaboración con Dios”.

Conciencia social

La visión de la pobreza en los santos Padres de la Iglesia corrió a cargo de Gaspar Hernández Peludo, doctor de la Universidad Pontificia de Salamanca. A este respecto, el primero de los planteamientos es que “no tratan de dar una solución técnico-jurídico, su función es denunciar la conciencia social”.

En cuanto al concepto de pobreza y/o riqueza se plantean tres: la pobreza material, la de espíritu y lo que se determina como “pobre malos”, y que Hernández Peludo definió como “siendo pobres son soberbios y codiciosos”.

Asimismo se establece “una pobreza legítima y otra ilegítima, según vengan dados por las circunstancias o lo sean por la avaricia”.

Pero una de las cosas que más llama la atención de los planteamientos de los Padres de la Iglesia, es la importancia que se da a la relación entre los pobres y ricos, que el ponente definió como “complementaria”.

“Consideran la riqueza como un bien, y moralmente son indiferentes ante ellas, pues la riqueza en sí no es mala, lo que la hace buena o mala es el uso que se le dé”, señala.

Apunta en este sentido que “para los Padres de la Iglesia, la riqueza ni viene con nosotros ni nos la llevamos, por tanto su carácter es solo la de ser un instrumento. La riqueza está a nuestro servicio. Al que hay que acusar de bueno o malo es al que hace uso de la riqueza, no a la riqueza misma, pues nosotros somos administradores de lo ajeno, pues Dios ha creado las cosas para el uso común de todos. Los bienes se nos dan para hacer un uso recto”, indica.

Señala finalmente tres fundamentos para la comunicación de bienes, según los Padres de la Iglesia. “Primero, Dios es el creador y padre de todas las cosas. La paternidad universal de Dios funda la fraternidad universal y, de ahí, la igualdad fundamental. Lo segundo”, continúa, “la naturaleza social del hombre, que facilita la perfección humana y, en tercer lugar, la naturaleza difusiva del bien, pues un bien que no se comparte se contradice a sí mismo”.

De León XIII a Francisco I

Es la doctora Teresa Compte Grau, directora y profesora del master de Doctrina Social de la Iglesia de la Universidad Pontificia de Salamanca, la encargada de cerrar el ciclo de ponencias del miércoles.

En su recorrido histórico por los diferentes documentos publicados desde la Iglesia, con especial atención a las diferentes encíclicas desde León XIII hasta el Papa Francisco, son varias las cuestiones que quedan reflejadas.

Por una parte, la Iglesia no puede ser indiferente ante los más pobres, tal y como afirmaba Pío XII. Por otra parte, la resignación no es la meta del pobre al igual que la generosidad no ha de ser la del rico.

Define como “declaración más contundente de la Iglesia” a este respecto, la parte de la encíclica Rerum Novaron (León XIII) en el que se afirma: “Hizo aumentar el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”.

Destaca “la opción preferencial por los pobres”, recuperada por el Francisco I. “Amar a los pobres”, dice, “es lograr que ellos puedan gozar de los que Dios ha creado y que no lo permite el orden de los hombres”.

“Las palabras de Cristo”, añade la profesora, “no dejan lugar a dudas: los pobres, los excluidos, ocupan un lugar preferente en el Reino de Dios”, y concluye: “Mientras existan pobres o clases oprimidas, allí irá el amor a buscarlos”.

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