Proyecto Esperanza

La esperanza es como una planta que difícilmente puede destruirse y no importa que tenga muchas ramas rotas, siempre echa nuevos retoños. Isadora Duncan.

Pilar Pérez Marrero (Directora del Proyecto Esperanza)

Llevo casi 16 años trabajando en el Proyecto Esperanza de Cáritas Diocesana de Canarias y si tuviera que describirlo, me parecería más significativo hablar de su metodología y filosofía de trabajo, que de cualquiera de las cuestiones más formales que pudiera decir.

Escribir sobre Esperanza, un proyecto que lleva más de 25 años en activo, me trae a la mente cientos de rostros, voces e historias personales y familiares con un factor común: presentan una problemática de adicción –principalmente al alcohol- que les desborda, que a lo largo del tiempo les ha ido llevando a poner en riesgo su vida (desde un aspecto general, no necesariamente literal) y que les priva del disfrute de la misma, minando o limitando su propia libertad, su autonomía, su capacidad de disfrute, sus aspiraciones, su ilusión, y sus anhelos.

 


El proyecto se vertebra desde una filosofía en la que la persona es protagonista activa. Se trata de un proceso de reencuentro y de reinvención, desde el que cada uno va tomando lo que tiene (habilidades, capacidades, objetivos, medios, deseos…) para descubrir lo que puede desarrollar o aprender. Con una mirada creativa y de confianza, pero a mismo tiempo realista, se tiene muy en cuenta el contexto psicológico, físico y social de la persona. Más allá de superar una adicción, está el reencuentro personal y alimentar el deseo de vivir con la mayor plenitud posible, como una aspiración lícita de cualquier ser humano.

Trabajamos poniendo en valor las peculiaridades de cada persona, evitando los juicios, alimentando la esperanza y teniendo presente que nosotros somos acompañantes. Los tiempos y los caminos lo deciden las personas y las familias con las que trabajamos.

Muchas veces, llegan al Servicio de Acogida desorientados, llenos de dudas y miedos, sopesando la posibilidad de saber cómo se podría superar  la situación que viven (aún no le ponen nombre: adicción; porque no saben o no quieren saberlo). Generalmente, la autoconsciencia y la percepción presentan una considerable distorsión.

El “corazón del proyecto” es la Comunidad Terapéutica “Casa Esperanza”, ubicada en una zona de montaña, encabezando un hermoso Valle. Una zona rural que favorece e invita a escucharse, a parar. Un lugar amable, que en sí mismo acoge y favorece el trabajo que desarrollamos. Los ingresos se realizan en grupo y la estancia tiene una duración de cinco meses en los que conviven 24 personas (es un centro mixto), conformando dos grupos que están en distintos momentos del proceso terapéutico (un grupo a mitad de estancia y otro que va llegando, coincidiendo continuamente entradas y salidas, de cara a compartir el momento en el que se encuentran y la evolución personal de cada uno/a).


Si bien es un centro cerrado, se establecen periodos de salidas y permisos una vez se va avanzando en el itinerario personal. El proceso que se desarrolla es vivencial. Se trabaja la recuperación física (hábitos y alimentación sana, descanso, regulación de los biorritmos, mantenimiento físico para personas y paseos diarios) y, paralelamente, se desarrolla un trabajo educativo-terapéutico cuyo objetivo es que las personas adquieran y pongan en práctica habilidades motrices y personales que favorezcan su empoderamiento y su desarrollo personal, como una herramienta vital en el manejo de las situaciones del día a día.  Para ello, realizan distintos servicios o trabajos en la casa y las zonas verdes (como una manera de recuperar o aprender a realizar tareas domésticas y cotidianas), además participar en asambleas, sesiones de grupo, terapias individuales, talleres diversos (manualidades, economía doméstica, entrenamiento cognitivo, bailes, juegos, agricultura), video fórum, senderismo, salidas culturales y de ocio.


El espacio comunitario en régimen residencial propicia un trabajo educativo en profundidad. Nuestro enfoque es didáctico y dinámico, incorporando aspectos como la cooperación, la educación en valores, la igualdad, la mediación, la empatía. Se trata de un espacio generador de orientaciones vitales, desde una mirada holística.

Además, realizamos un acompañamiento desde un Servicio de Seguimiento, que está abierto y disponible para  cualquier persona que haya realizado un proceso terapéutico con nosotros, teniendo como objetivo mantener los logros u objetivos alcanzados desde el trabajo personal.

Partimos de la convicción de que las personas son las protagonistas de cualquier proceso de cambio y de recuperación. Intentamos favorecer la toma de consciencia en relación a la dependencia, así como la mirada a sus propias capacidades y potencialidades,  favoreciendo un replanteamiento vital que les ayude a superar la adicción.

«Aquí aprendes a vivir. Te acompañan. Es como si llevaras unas muletas porque estás herido. Aquí encuentras ese apoyo. Una se agarra a esas muletas para encaminarse, pero con el tiempo vas soltándolas. Primero una, luego la otra… Y empiezas poco a poco a caminar sola, con todas las herramientas que aprendes aquí», explica Yasmina Betancor, ex-residente de la Casa Esperanza.

Las características de las personas que atendemos en estos años han ido cambiando considerablemente, si bien cada vez se dan situaciones más diversas y complejas que se ven agravadas por el momento social que vivimos. También es cierto que no podemos hablar de un perfil definido y concreto, debemos despojarnos de los prejuicios y los estereotipos en relación a las personas con problemas de adicción alcohólica. La dependencia es una problemática compleja, presente en nuestra sociedad de muchas formas, con un alto componente sociosanitario.  No se trata de algo exclusivamente personal o familiar, por eso es importante que el abordaje de cara a la superación de la misma sea amplio, y no sólo desde recursos exclusivamente centrados en las adicciones y para población en riesgo.  Es una realidad a contemplar en lo educativo, en lo sanitario, en lo laboral y en lo social.

Fabrizio Granero, voluntario en la Casa Esperanza, comenta que cuando comenzó a colaborar con el proyecto, le gustó mucho ver el tipo de convivencia en la Comunidad Terapéutica: «No había diferencias entre los «técnicos» y las personas que tienen problemas con el alcohol. Sólo he encontrado a personas, como si las hubiese conocido en cualquier otro contexto de la vida».

El proyecto es una fuente de aprendizaje, desde donde se puede compartir y apreciar la grandeza y la capacidad de reconstruir del ser humano.


Tengo la convicción y la experiencia, de que poniendo las condiciones adecuadas o favorecedoras las personas pueden obrar una gran transformación en aspectos muy profundos a todos los niveles: en el plano físico, el psicológico, el familiar y el social.  Nuestro proyecto aporta un tiempo y un espacio que propicia la escucha, la autoconciencia, la sanación de las heridas internas, el autodescubrimiento y la aceptación de las propias luces y sombras.

Jesús Suárez, que fue residente hace 8 años, trabaja actualmente como voluntario en el Proyecto Esperanza organizando rutas de senderismo. «Este proyecto es alegría, amor, trabajo… Las cosas que valen la pena. Se llama Casa Esperanza por eso, porque hay mucha esperanza aquí.»

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